martes, 28 de agosto de 2007

Colaborador Nº8

Una exquisita dirección de arte, una banda sonora sutilmente escogida y una visión vanguardista tan inquietante que bien valen el honor de la publicación individual. La respuesta del Colaborador Nº8 nos devuelve a la realidad de manera febril y aplastante, como dando una bofetada a la innecesaria búsqueda filosófica. Simplemente, magnífica.

sábado, 25 de agosto de 2007

De por qué a un polvo le decimos polvo

Hace unos días, mi buen amigo Cristopher concluyó sus prácticas en Buenos Aires y volvió a su lejana Canadá. Obedeciendo las leyes de los autoexpatriados que conviven en un hostel fuera de su país, nos juntamos algunos internacionales y lo despedimos con las cervezas de rigor.

Esa noche, sentado en un bar junto con peruanos, suizos, argentinos, franceses y colombianos, me acordé (no sé por qué) de uno de los pocos términos extrañamente compartidos pero perfectamente entendidos por todos: Polvo. Obviamente, no el que barres con la escoba. Me refiero al acto sexual. Al apareamiento. Al coito, si quieren, para ser más letrados. Todos, sin excepción y sin importar la nacionalidad ni el idioma natal, entendían lo que era un polvo. Sin embargo, ninguno podía contestar con seguridad la pregunta más importante: ¿Por qué le decimos "polvo"?

Gracias al efecto del alcohol y a la naturaleza chisposa del grupo, las respuestas fueron de un calibre bastante humorístico. Sin embargo, todas eran simples hipótesis. Nadie se atrevía a firmar una verdad y yo me quedé con una duda grande. Grade y polvorienta. Por eso, decidí ir en busca de una sabiduría mayor: El Messenger. A continuación, reproduzco tal cual las respuestas que se dieron esa noche en el bar y otras enviadas on-line por algunos colaboradores, a los que mantendremos en el anonimato por el bien de su propia decencia. Se aceptan todo tipo de hipótesis, aportes, disertaciones, preguntas, dedicatorias y/o puteadas adicionales.

Colaborador Nº 1
"Porke de polvo eres y en polvo te convertirás. Es lógica pes. La más lógica".

Colaborador 2
"Creo q le dicen polvo porque el fin es dejar a tu partner hecho polvo. O algo asi".

Colaborador 3
"Porq te hace polvo".
"Porq te hace ver rosado, como polvos rosados".
"Porq te quedas como tapete y en el tapete solo hay polvo".

Colaborador 4
"Por el polvo de estrellas. Como te hace ver estrellas..."

Colaborador 5
"El polvo es un polvo. La palabra la invento Volvo. Pero el ke la escribio era medio chicato y transformó Volvo en Polvo".
"Polvo es un nombre genérico para las partículas sólidas con un diámetro menor a los 500 micrometros".

Colaborador 6
"Y bueno, porque está escrito en la Biblia que venimos del polvo de la tierra, tha´s the reazon way. Estoy segura que es por eso. Viene de ahí y se vulgarizó a lo cotidiano".

Colaborador 7
"Mi hipótesis es que el comportamiento del eyaculo masculino es similar al del polvo. Basicamente, la hipótesis nace del uso del termino en su expresión completa: "Echarse un polvo". Lo que inclina al filosofo a meditar: "¿Qué es lo que se echa?" Bueno. Revisando las miles de imágenes porno almacenadas en backup cerca del hipotálamo, la conclusión a que se llega es que lo único que se echa es una sustancia blanca, que puede hacer un ruido seco y mudo al colisionar con una superficie, sonido similar al de un manojo de polvo en la misma situación. Por ahí una mujer también echa algo, especialmente habiendo estimulado el infame Punto G. Pero las caracteristicas de este "echar" son diferentes y por lo tanto no pueden ser consideradas origen del término. Y bueno, concluyendo, echarse un polvo muy probablemente hace referencia al acto eyaculatorio masculino. Pero no quiero dejar de mencionar el uso alternativo, usado principalmente por magos y curanderos. El famoso polvito mágico. Esa es mi segunda hipótesis".

Insuperable Campanita. Ella sí que tenía polvos mágicos.

viernes, 17 de agosto de 2007

La verdad acerca de la verdad

La primera vez que me crucé con esta capciosa interrogante fue hace ya varios años, en la facultad, mientras ensayaba con mis compañeros del curso de Actuación 3. En las manos teníamos el libreto de “Yo también hablo de la rosa”, obra mexicana que nos martilló la cabeza todos los días durante cinco meses con la misma jodida pregunta. ¿Qué es la verdad?

Al final de ese semestre no sólo hicimos un buen montaje, sino que llegamos también a una buena respuesta. La verdad no es una, sino muchas. Son tantas como el número de actores y espectadores que participan en ella. Así, cada testigo era una verdad. Y cada verdad, pues… era verdad.

Hoy, nuevamente un curso me pone frente a la misma pregunta y sigue resultándome tan capciosa como antes. Sí. Sigo creyendo en la respuesta que encontré en ese curso de actuación. Sin embargo, con el tiempo fui descubriendo fenómenos mundanos que la sustentaban mucho mejor. Y sí. Siguen siendo muchas, muchas verdades.

Para empezar, la verdad es una relación de a dos. El que la dice y el que la escucha. Y todo el combustible necesario para originar una explosión se resume en la breve pero escalofriante frase Te voy a contar la verdad”. Para quien la dice, una confesión. Para quien la escucha, casi un acto de fe.

La verdad es la capacidad que tienes para convencer a otros de que lo que dices es cierto. Es contar una mentira y hacer que te la crean. ¿La clave? Muy sencilla. Si te la crees tú mismo probablemente los demás también la creerán.

La verdad es como el teatro. Una convención. Un pacto de hipócritas. Mientras uno sube al escenario y miente, el otro se sienta en la platea y le cree. Por supuesto que ambos saben que todo es mentira, pero hacen como si no lo supieran. Exactamente igual a como sucede a veces en la vida real.

La verdad es una búsqueda constante e interminable. Al menos para los filósofos. Bueno, también para los periodistas que aún no se han vendido. Y claro… también para el agente Mulder. En cualquiera de estos casos, la verdad es un sentimiento. Una pasión. Cuestión de vocación, dirían algunos.

La verdad es CNN. ¿O me van a decir que no? Por lo tanto, podríamos decir que la verdad es una mentira. Una ficción creada a la medida de nuestro morbo, nuestro consumismo y nuestras ganas de creer todo lo que nos dicen. En otras palabras, la verdad no existe más. Al menos no en la tele.

La verdad es un producto caro. Exclusivo y reservado para el que tiene dinero. Es comprar un DVD original en lugar de una copia pirata. Es tener el de verdad y no el de mentira. Es el posta, el firme, o como lo llamen dependiendo del país.

La verdad es un golpe. Un dolor. Es tu novia diciéndote que no te engañó mientras sus ojos te dicen lo contrario. Es tu incapacidad para creerle. Es la confianza que vez alejarse a toda velocidad y que no volverá más. Y sí. La verdad es también el pilar de toda relación, la confianza en la que todo descansa. En resumen, la verdad en el amor es el comienzo y el final.

La verdad es como un personaje sin rostro. Cada día le damos una identidad diferente dependiendo del momento, del lugar, de nuestras intenciones, e incluso del ánimo con el que despertamos esa puta mañana. Es como un muñequito de Lego al cual le cambiamos la cabeza sin cesar y a nuestro antojo, para que un día sea el villano, al siguiente, el héroe y quizá algunos días una persona normal.

Esa es la verdad. Una ilusión que comemos día tras día y que condimentamos con un toque de sinceridad y otro de ingenuidad. Siempre al gusto de cada uno. Y como cada quien tiene su paladar, seguirán siendo muchas verdades.