domingo, 17 de agosto de 2008

Ocho oros y un trauma

Acabo de ver a Michael Phelps ganar su tan esperada, comentada, apostada, pronosticada y prácticamente cantada octava medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Es más, lo he visto toda la semana. Sumando las transmisiones de medianoche, los noticieros, las primeras planas de La Razón que me regalan todas las mañanas en el tren y los portales de Internet, creo que en los últimos días he visto más a Michael Phelps que a mí mismo en el espejo. Y después de tantas noches yéndome a dormir con la imagen del flaco ganando una y otra y otra vez, sólo he podido llegar a una conclusion: el muchacho está completamente mal de la cabeza. ¿Cómo va a ganar ocho oros en un mismo juego? ¿Cómo va a ganar cada medalla rompiendo un record mundial? ¿Cómo va a meterse al agua y salir campeón olímpico cuando media hora antes acaba de competir en otra prueba? ¡¿Cómo?! No. Definitivamente, está mal.

Pero hace unos minutos, mientras lo veía nadando en su última prueba, rumbo a la inminente y mítica medalla número ocho, el que terminó mal fui yo. Michael Phelps, en vivo y en directo, desde el otro lado del planeta, me hizo recordar uno de los episodios más destructivos y humillantes de mi insignificante vida.

Tendría yo unos once o doce años. En esa época pasaba los veranos enteros en las playas del sur de Lima, perdiendo el tiempo, calcinándome bajo el sol y metido en el mar hasta que mis manos se arrugaban como las de un viejito. Pero ese verano alguien, seguramente mi madre, presionó para que dejara de rascarme las esféricas y entrara, una vez más, a clases de natación. Toda mi infancia fui cliente frecuente de esas academias, engañado por la falsa promesa de que el deporte podía ayudarme a crecer los centímetros que obviamente nunca crecí. Por lo demás, las clases sirvieron, porque aprendí a nadar bastante bien (dentro de lo bien que puede nadar una persona cualquiera, claro está). Pero esta vez las clases fueron un poco más allá de lo esperado y terminé incursionando forzada e involutariamente en el traumático mundo de los estilos pecho y mariposa.

Aún recuerdo lo complicado que era. Aprender pecho y mariposa fue como salir de mi cómoda categoría de Comunes Mortales e ingresar a la categoría Nadadores, a la cual obviamente yo no pertenecía. Pero más allá del sufrimiento corporal de cada mañana, las clases no fueron tan graves. Lo grave vino al final del curso, cuando el club organizó una especie de campeonato interno. Vaya usted a competir contra los compañeritos de clases más avanzandas y que sí saben nadar bien todos los estilos, en frente de las mamis, papis, tíos, hermanos y abuelos de todo el mundo. 100 metros combinados. Cuatro largos de piscina, en una sucesión de estilos y sufrimientos que se hizo interminable.

De ese día y de la carrera recuerdo pocas y muy precisas cosas. El miedo que me hacía cagar encima antes de entrar al agua. La desesperación durante el segundo largo, el de pecho, cuando yo recién iba y todos ya estaban de vuelta. El cansancio y la frustración del largo de mariposa. Pero lo que más recuerdo es mi lenta llegada al final, Dios sabe cuánto tiempo después de que los demás ya habían salido del agua, mientras escuchaba al profesor que por el micrófono decía: “Un aplauso para Mario Herrera, uno de los alumnos que recién este año aprendió los cuatro estilos”. Yo sólo quería irme a mi cama. O que me trague el agua.

Ahora, mientras revivo esas innolvidables escenas, recuerdo que hace unos días, mientras caminaba rumbo a la oficina leyendo mi ejemplar gratuito de La Razón, encontré una nota de relleno escondida entre el inmenso artículo y las fotos de Michael Phelps que ocupaban la doble página central del diario. La pequeña nota decía algo así como “8:34:69 fue el asombroso tiempo del africano Dwambe Njemba (¿?), último en llegar, casi 7 minutos después de Phelps”. Yo no creo mucho en eso de “Lo importante es llegar”, pero comienzo a creer que los últimos siempre podremos ganarnos una peculiar mención distintiva, no importa si es desde un micrófono o escondida entre las hazañas de Michael Phelps.